La Adolescencia Política
Mis compañeros de tertulia me han oído hablar de la inmadurez política de los venezolanos, pero luego de reflexionar un poco sobre el término, prefiero el que utilicé como título de esta entrega “La Adolescencia Política” por las siguientes razones:
En los 70’s leí un libro sobre psicología que tuvo mucho éxito llamado “Yo estoy bien, tu estás bien”, donde el autor exponía las ideas de la escuela del “Análisis Transaccional” que utiliza como base la teoría de que en realidad tenemos tres facetas en nuestras mentes que se conjugan para definirnos como personas: el padre, quien sigue las reglas que nos enseñan o imponen las personas que nos educan (padres, maestros, adultos de influencia en nuestra niñez y adolescencia) y que nos permiten sortear algunas situaciones en la vida sin necesidad de utilizar el raciocinio en profundidad, ya que sólo hace falta aplicar la regla aprendida (“Se debe estudiar en la universidad”, “hay que lavarse las manos antes de comer”). Esas reglas no se ponen en tela de juicio, se siguen porque quienes nos las legaron son personas que cuentan con nuestro completo respeto, credibilidad y confianza. El adulto, que se supone es la parte completamente racional y objetiva, que es capaz de analizar la situación y tomar las decisiones para actuar en función de criterios lógicos. Controla la impulsividad y pretende “hacer lo correcto”. Y el niño, que se rige por la emocionalidad y por el “yoísmo” natural de los niños, donde el mundo está centrado en ellos.
Pero, recientemente, fui a un seminario donde nos hablaron que ahora existe una faceta adicional en el análisis transaccional: El adolescente. Es la parte de nuestra mente que refleja las características comunes y generalizadas que tenemos antes de llegar a ser adultos: rebeldía, sentimiento de yo-todo-lo-sé, yo-todo-lo-puedo, no-tienen-que-decirme-nada, vamos a divertirnos, etc. Una etapa por la que todos debemos pasar para practicar y aprender a ser adultos, durante la que se cometen muchos errores, se toman decisiones equivocadas, se pone en tela de juicio la sabiduría de los adultos y se vive en la despreocupación y la celebración.
Si me permiten decir que las sociedades pueden ser categorizadas según su comportamiento colectivo utilizando calificaciones de tipo individual, yo diría que Venezuela aún esta en su adolescencia política como país.
Fíjense en sus características: las campañas políticas llegaron a ser fiestas más colectivas, públicas y alegres que los carnavales. El gancho para atraer gente es más la festividad que el mensaje que se pueda transmitir. El plan de gobierno que pudiera tener un candidato, no era en lo absoluto lo que la gente en general evaluaba, sino simplemente qué partido político permitía y promocionaba más la celebración.
La actitud general de los votantes es facilista, despreocupada y hasta irresponsable. “Voto por fulano de tal porque ese es como yo: mujeriego, bebedor y vivo.” O “Este sí que va a arreglar las cosas.” La mayoría se ha dejado convencer más por promesas que por hechos, más por la imagen que lograban vender que por un análisis aunque sea mínimo de las intenciones y la historia del candidato en cuestión.
Así mismo, el triunfalismo se apoderó de la lógica detrás del voto: “Yo voté por fulano, porque yo no voy a ‘perder’ mi voto”. Esa característica tan venezolana de querer pertenecer al equipo ganador, que nos hace sentir mas brasileños que los propios brasileños cuando seguimos ávidamente la Copa Mundial de Fútbol cada cuatro años, sin querer percatarnos que los brasileños ni nos toman en cuenta al respecto, ni quieren hacernos partícipes de sus logros tal como lo dijo de una manera bastante grosera Ronaldo, una vez que un periodista venezolano lo entrevistó al respecto. Dijo algo como que los éxitos de la selección de Brasil pertenecen a los brasileños y a más nadie. Pero, ha sido la selección más ganadora de la historia y los venezolanos que no tienen inclinaciones emocionales de otro tipo hacia algun otro país, se sienten inclinados a sentirse brasileños, para sentir que “están en algo”, que están en el equipo ganador.
Recuerdo con una mezcla de asombro y decepción que un amigo que ha sufrido las consecuencias de los desatinos del actual gobierno y que, por lo tanto, ahora lo adversa, me confesó que el había votado a favor del partido gobernante. Es una persona con educación internacional, de clase media, que tuvo la oportunidad de ver y entender las realidades del país. Lo habría hecho, si se hubiera querido dedicar un poco a ello. Pero al preguntarle cual fue el criterio que utilizó para tomar la decisión de por quién votar, me contó que simplemente pensó que el actual presidente era quien iba a arreglar los problemas que tenía el país y que entonces todo iba a mejorar rápidamente y para siempre.
Esa es la posición que yo llamo facilista y de extrema comodidad. La mayoría de los venezolanos piensan que ellos no tienen responsabilidad política ni social. Que los problemas son generados y deben ser corregidos exclusivamente por quienes asumen el gobierno. Según este gran grupo, los ciudadanos individualmente no deben aportar nada para que el país tome el camino que a todos les gustaría que tomara. Esa mayoría se niega a “sudar” su parte. Es más cómodo esperar al “mesías”, a ese gran líder que les va a evitar el sufrimiento de tener que negarse a pagar corrupción, que va a perfeccionar el sistema educativo, que mágicamente va a lograr que el país funcione sin necesidad de que cada uno de los venezolanos cambie su perspectiva y su posición con respecto al rol que deben jugar dentro de la vida diaria del país.
Claro, esta inmadurez política, por la que tomamos las campañas de guachafita, se mezcla con otros factores, como son la falta de principios y la abundancia obtenida de la renta petrolera, para producir efectos como haber tenido una cadena de gobiernos que han empeorado su desempeño de una manera exponencial en el tiempo, haber creado una sociedad donde la relación riqueza-mérito no tiene ninguna correlación, donde es más importante la apariencia que el contenido.
Nuestra inmadurez política permitió que Carlos Andrés Pérez llegara a la presidencia la segunda vez, porque la gente pensó que con él iba a volver la bonanza de los 70’s. Nuestra inmadurez política permitió que Rafael Caldera volviese a imponerse sobre la generación de relevo a la que nunca le dió real oportunidad, solamente por un discurso elocuente que dió en el congreso en la época en que destituyeron a Carlos Andrés Pérez. Nuestra inmadurez política permitió que Hugo Chavez ganara las elecciones masivamente, sin haberse realizado realmente un análisis de quien era la persona, cuales logros había tenido y cuales eran sus verdaderas intenciones.
Por esa ligereza en el análisis la mayoría de los que votaron a favor del actual gobierno pensaron que su equipo iba a solucionar los problemas de corrupción, de seguridad pública y fiscales. Pareciera que pensaron que se había creado un partido de la nada, donde todos los integrantes eran defensores estoicos de la virtud total. ¿Es que acaso no era evidente que todos los oportunistas de los mismos partidos, que los votantes rechazaban y querían castigar, iban a “saltar la talanquera” para mantener o lograr privilegios? Los venezolanos fueron bien ingenuos o bien superficiales. Y estas dos son características de los adolescentes: la ingenuidad y la superficialidad.
Otra demostración de la inmadurez con la que asumimos nuestra realidad política es la manera en que manifestamos nuestro desacuerdo y descontento con las actitudes y acciones de los protagonistas del actual gobierno. Desde la campaña para las elecciones de 1998, han circulado montajes fotográficos y caricaturas de los personajes del gobierno que únicamente se dan a la tarea de tratar de ridiculizarlos. Pero no entregan un mensaje más allá que la necesidad de desahogar un sentimiento que puede ser odio o frustración, pero que no da bases para hacer un análisis de por qué los adversan o los critican.
Es como unos “grafitis” que aparecieron a finales de los 70’s en los alrededores del básico de medicina de la Universidad Central en Sebucán que decían “Richard se regala”. (Me recuerdo con humor de ello porque tenía un gran amigo llamado Richard que estudiaba en ese recinto que se resentía de las bromas y aclaraba siempre que no se referían a él). Seguramente era la manera de ridiculizar a algún compañero para vengarse o para resaltarse a si mismo hundiendo a otro, que es un método muy utilizado por mentes inmaduras para sentirse “realizados”. De nuevo, demostraciones de adolescentes.
Así mismo, la manera procaz y ofensiva con la que adornan las referencias a esos personajes del gobierno cuando escriben algunos mensajes que viajan por Internet o en los espacios de opiniones como blogs. Si bien es cierto que Chávez es el epítome de esos métodos y modales (nada más ver sus referencias a Bush y a Condolezza Rice es suficiente), ese no es argumento para que tengamos que caer en la provocación y mantener un “diálogo” (entre comillas, porque a ese nivel eso no se puede llamar diálogo) a un nivel tan deplorable.
Para mí esa es una demostración más de la ligereza con la que se asumen las responsabilidades políticas. No hay un proceso serio y racional para evaluar la situación de la mayoría, sino una simple demostración de la emocionalidad: me gusta o no me gusta, me cae bien o no, etc. Y precisamente porque se maneja a puro nivel emocional es que vemos que la única estrategia utilizada por los partidos para convencer a esa masa de “emocionales” que les ha dado el triunfo es la manipulación emocional.
Las emociones son parte indispensable y natural del ser humano, pero eso no implica que ellas sean las que dicten los criterios para tomar todas decisiones. Pero, de nuevo, son las que guían la mayor parte de las acciones y reacciones de los adolescentes. Y como los adolescentes, la mayoría de los venezolanos asumimos nuestra vida política emocionalmente.